Las administraciones públicas tratan de moldear a la prensa y suavizar su mensaje crítico utilizando la comunicación y la publicidad institucional
El gran reportaje de @OlgaAvellan
La mayoría de los ciudadanos valora como importante los mensajes que las instituciones públicas transmiten a través de la prensa, pero recelan del buen uso que los políticos hacen de este herramienta de comunicación. Salimos a la calle para comprobar si el ciudadano percibe lo que es la publicidad institucional y preguntar si creen que […]
Las administraciones públicas tratan de moldear a la prensa y suavizar su mensaje crítico utilizando la comunicación y la publicidad institucional
Pepe Soto Tornero | Presidente de la Asociación de la Prensa de Alicante Miguel Ángel Blanes Climent | Técnico Jurídico en el Síndic de Greuges de la Comunidad Valenciana Ignacio Escolar | Director de eldiario.es Andrés Karp | Presidente de la Asociación de Empresas de Publicidad de la Provincia de Alicante 361º José Vicente Gimeno Beviá […]
Ángeles Feliu Albaladejo | Profesora de Comunicación Política y de Interés Social de la Universidad de Alicante Hablamos sobre las estrategias de la comunicación política y su utilización partidista en las campañas de publicidad institucional.
La precariedad que viven muchas empresas periodísticas, aboca a que asuman este material como una fuente de información y, en muchos casos, se da por buena y no se contrasta con las partes.
Estos tres eslabones de la cadena (docente, publicista y periodista) deben saber optimizar sus intereses para no invadir el territorio del siguiente. El comunicador político incide en la parte positiva de la gestión de la institución pública. El responsable de comunicación debe envolver el hecho noticiable en una historia con interés del público. Y el periodista tiene la misión de diferenciar la noticia de interés general para darle prioridad informativa.
Vivimos en una sociedad en la que todo el mundo tiene opinión de todo, pero poca gente la da. Es habitual escuchar en la mesa de al lado de una cafetería, o en una sala de espera del médico de cabecera, completas tesis sobre cómo organizar esto y lo mal que está lo otro. Pero cuando se da la oportunidad a que extienda la opinión al público, entonces aparece el miedo escénico y se invoca «el derecho a no opinar». Y hay quien accede a hablar, haciendo un ejercicio de introversión para calibrar los adjetivos más apropiados a utilizar, que le dejen en buen lugar, aunque se pierda el sentido crítico de la cuestión. Ahí es donde arranca la autocensura y empieza la diplomacia.